Marchena El Cuartel
Reclamaban un médico y al no haberlo en integridad, se conformaron con el medio-médico que yo era para hacerme una consulta.
Me pasaron a un cuartucho mal iluminado por una luz natural en una esquina, que acentuaba los contrastes de luz y sombre. Tres o cuatro personas mal distinguidas se agrupaban en el centro de la pieza, quedando a distancia de un individuo de otro aspecto, era un detenido. A primera vista se advertía que se trataba de un campesino de mediana edad. Tenía la piel renegrida y la negra pelambrera revuelta hacia la frente dificultaba ver el rostro sombrío caído sobre el pecho. Vestía una camisa de tela pobre, manchada, mas manchada de salpicaduras de sangre. Estaba esposado.
De cerca, al levantar el pabellón de la oreja, donde se advertía abundante salida de sangre mis manos temblaron estremecidas al constatar que aquella oreja estaba completamente desprendida estaba arrancada de su implantación que se abrían en un gran ojo que apresuradamente mantenía su adherencia por los extremos anteriores.
Me sentí tremendamente solo delante de aquel exce homo y me invadió una gran vergüenza que me humillaba con escarnio al verme metido con aquel fangal de modo tan inopinado.
Con palabras balbucientes, entrecortadas me despedí de aquel antro y así salí de nuevo al aire libre entre una mirada de aborrecimiento hacía aquello que dejaba atrás de manera perdurable aunque con memoria escarmentada.
Marchena
Muchas veces había pasado ante la puerta del cuartel de la Guardia Civil, pero nunca había atravesado su umbral. Ahora había entrado en moda reunirse allí por las noches que en el casino, para charlas, pero con la ventaja aquí de obtener más información sobre la marcha de los acontecimientos. Siempre había algún recién llegado de otra parte sobre todo de Sevilla que traía las últimas noticias de los aconteceres últimos próximos o lejanos.
En Marchena habían repuesto, hacia poco, a un teniente de la Guardia Civil que se había distinguido tiempo atrás por la dureza de sus acciones, y por una parcialidad de conducta en perjuicio de las clases obreras. Cuando llegó en febrero, con triunfo del frente popular, obtuvieron el traslado de la indeseada autoridad a otro puesto, y ahora con torpe designio lo reponían en el cargo, perdido como gestión reparador, para reparar la vejación supuesta, pero al tiempo daban patente de cargo para actuar en situación tan crispada de ánimos, a un hombre poseído por el rencor de una ofensa no perdonada y que ahora en situación de privilegio para satisfacerse en el desquite y a fe que lo logro con memoria escrupulosa y sañuda.
Para mayor abundamiento los límites de permisividad para los que actuaban más o menos por su cuenta alcanzaron grados de tolerancia absoluta y con igual impunidad, motivos personales de envidia o de codicia encontraron su momento sin ningún obstáculo, y con formas tan cínicas y descaradas como las que voy a referir al por menor. Baldomero era un comerciante muy conocido en todo el pueblo; poseía en el centro del pueblo el mas importante establecimiento de droguería y su entrega personal y a la de su mujer que le ayudaba con toda constancia solamente se les veía al matrimonio fuera de su negocio, en sus paseos los domingos por la mañana vestidos con indumentaria solemne y encorbatada.
Bastó como pretexto atribuirles haber vendido gasolina con la que intentaron prender fuego a la iglesia de San Agustín, y bajo esta acusación les llevaron al paredón al tiempo que saqueaban el establecimiento dejando a los hijos a la intemperie de los días.
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Es pasmoso contrastar como se relajan los resortes de la conciencia humana en estas situaciones excepcionales, haciendo cada vez más permisibles tolerantes lo que moralmente viene siendo reprobado y condenable en la conducta ética mas elemental (normal). En esa inflación gigantesca de la vida humana que supone el hecho de guerra, que yo nunca he sabido explicarme conciliatoriamente con los preceptos religiosos mas fundamentales.
La conciencia individual es tan endeble, está sobre tan mal asiento que cualquier circunstancia la puede perturbar hasta aniquilarla.
En mas de una ocasión he recibido unas singulares confidencias de personas amigas personas de conducta aceptable como normal, que me han hecho confesión de sus experiencias de noches anteriores cuando había formado parte de los pelotones de ejecución. Me hablaban consternados, del horror de aquellas escenas y compasivos por los que eran inmolados, pero no me justificaron nunca su estado de conciencia ni el porque estuvieron allí ejerciendo tan villano menester. Ahora yo les preguntaría sin sorna, pero con alguna malicia si aún curiosidad recuerdan la imagen que estaba en el punto de mira de su fusil al tiempo de apretar el gatillo. Porque si le han llegado a olvidar o a relegadas por los desvanes últimos de la memoria mal’.. pero si aún lo recuerdan a través del tiempo, como sospecho, muy triste carga hay llevando a cuestas con este fardo.
Pero aún hoy que sepamos de entre los participantes de estas orgías saturnales a unos tipos odiosos y despreciables donde los hayan: Aquellos que asistían por simple curiosidad y hasta con complacencia, algunos previsores se llevaban la botella de coñac para matar el gusanillo y los hubiesen tan asiduos que se llegaron a significar.
Montero era un auxiliar prácticamente de medicina, como entonces se les denominaba a los ats. Su estampa era la imagen misma del bienestar: grueso, jovial, extravertido, se le veía en todas partes; en el Casino, como en sus giras de trabajo a través del pueblo en toda su extensión. Este hombre se señaló entre los asiduos represores pero con una odiosa agravante revelaba una carencia de sentimientos y de sensibilidad humana en grado extremo. Este hombre contaba después, jactanciosamente en público, los pormenores de la jornada como quien cuenta complaciente las incidencias de cualquier espectáculo.
Así se fueron abriendo distancias cada vez mas marcadas que le fueron relegando y condenando a una soledad creciente en tanto que por los del bando perdedor su presencia aunque distante era señalada por el resentimiento y el odio. Poco a poco se fue hundiendo en una soledad sombría, perdiendo amigos, que en vano trató de encontrar alivio en la bebida sino que arruinó el crédito profesional convirtiéndole en un ser aparte.
Un día se encontró en la taberna con alguien de los muchos de los que le miraban con hostilidad no disimulada:
A ti te vamos a hacer lo mismo que hicimos a tu padre (fusilarlo).Con tan insolente frase firmó su sentencia, el aludido descargó con toda la fiereza de su amargura, tanto tiempo contenida. Fue tan grande la paliza que no llegó a reponerse, tiempo después murió.
22 de julio – Marchena
En Marchena como en tantos pueblos andaluces se apoderaron de la situación dominante los del Frente Popular sin violencia apenas. Redujeron a la Guardia Civil y encerraron en la Casa del Pueblo a una veintena de parroquianos de significación derechistas como medida preventiva, y no hubo mas.
Con la misma brevedad y sencillez se hizo el trueque al venir el día siguiente un destacamento del Regimiento de Caballería de Ecija que impuso su fueron sin mayores esfuerzos. Solamente los más exaltados, los que habían tomado las armas o tenían fuerte significación política abandonaron el pueblo. En su huida algún miserable descargo villanamente su rencor disparando los dos cartuchos de su escopeta de caza, sobre el grupo de detenidos que allí quedaron abandonados largo tiempo.
La suerte determinó dos víctimas que murieron después a causa de la infección mas que por las lesiones míseras: estos eran un pobre abogado de familia muy respectada en todo el pueblo y un inocuo sacristán de monjas.
El duelo del pobre religioso pasó con el mismo sigilo que había transcurrido su vida humilde; en cambio produjo estupor y verdadero desconsuelo fue la muerte del joven abogado, tanto por lo que suponía su pérdida de hombre de valía humana como por su significación social elevada, al igual que la religiosa.
En aquella casa no había sitio mas que para el dolor y para el rezo: el entierro fue multitudinario y el dolor, entre la muerte apestosa fue contestado con el rezo.
En aquel panorama familiar doliente y abatido irrumpieron con el ánimo revuelto de todos los insensatos, un grupo armado capitaneado por quienes villanamente lo merecían y con voz sonora profanaron aquel silencio y la oración con estas palabras
José R M Presente!! Hemos vengado tu muerte castigando a tus enemigos que hemos pasado por las armas… Aquellas palabras sacrílegas profanando el lugar tuvieron respuesta inmediata y adecuada – Mi hijo – les gritó- ha muerto perdonando a sus enemigos y su sangre no fue de ninguna venganza. Salgan inmediatamente de esta casa¡.
Esta cuadrilla de desarmados, alerta alertados por un deseo malsano de destacarse por su ira vengativa y criminal se habían ocupado impunemente, durante el tiempo en que la atención de todos estaba pendiente del féretro en que se conducía a su última morada en sacar entre tanto de la cárcel a los detenidos republicanos que habían asumido cargos municipales tiempo atrás y fusilarlos sin piedad, a sabiendas de que ellos no tenían culpabilidad directa con los hechos últimos.
Triste designio en de la guerra civil, el más triste de todos donde desaparece el amor al próximo.
De esta manera (asomaba) se dejaba ver el rostro de la guerra civil, con los tintes más turbios y envenenados y repulsivos hasta donde es capaz de descender la capacidad de corrupción de la conciencia humana corroída por las bajas pasiones y los mas inconfesables instintos hallándose así mas libre de trabas, mas dispuesta a ejercer la felonía al amparo de estas confusiones disimuladoras.
Por reverso
Por un celo que ocultaba bajo su apariencia indicadora ? unos instintos criminales y una conciencia moral del mas bajo extracto.
Marchena
Tomándome un resuelto entre tanto trajín conviene poner en claro lo que pasa alrededor. Dándose la paradoja de que en tanto podrían sentirse con mayor rigor la voz de la conciencia con la medida que tanta sangre que reclamaba justicia y a su vez, clemencia era contestada con las más sórdidas y criminales respuestas transformadas en una sed vengativa que no podía satisfacer mas que el descartado moral
No era cuestión ahora de ventilar intereses que nos separaban a los bandos con nomenclaturas ideológicas abstractas mejor o peor configuradas o sentidas en la mente de cada cual, no …¡
Por una significación política que se tenga uno es a los ojos de sus paisanos un ser individual, entidad humana, una serie de experiencias próximas o distantes a nivel personal.
La guerra civil toma el nivel de cada pueblo ,es una cuestión de tipo personal mas que ideológico, los juicios y las determinaciones se oblicuan mas que por lo que cada cual ha dicho o hecho, por lo que quieran decir o significar los demás, claro está, los oponentes.
Esa selección moral a la inversa que hacer prosperar e imponerse al de menor escrúpulos, al menos radical y dañino.
El amor al próximo ha de sentirse de manera general e ignominada pero ello no excluye ni empequeñece los sentimientos hacía el próximo individual, tal como ocurre en los pueblos con todo grado de matices.
Nuestra guerra dio lugar a que se manifestasen de una y otra manera.