Jorge Guillén

Transcripción:

Jorge Guillén en Sevilla

Una vida universitaria en aquellos años inmediatos anteriores a la inminente guerra civil, no puedo decir que fuera de conducta muy regularmente ortodoxa según lo que habitualmente se entendía como debido comportamiento escolar. Bastantes veces días en lugar de entrar en la clase de Anatomía Patológica me resultaba en los bancos de la Historia del Arte para oír el verbo encendido de don Francisco Murillo que con oratoria parlamentaria del mejor estilo castelariano disertaba sobre las glorias del renacimiento italiano. En otras ocasiones me incorporaba a la concurrencia de la clase de literatura regentada por Jorge Guillén, cuya oratoria tenía otras connotaciones. Era Guillén en su magisterio, como en su poesía, el hombre de la palabra concisa, exacta afilada síntesis luminosa y en su significado, capaz de transmitir con meridiana precisión su juicio claro, de profundo conocedor del asunto. Clases (Lecciones) aquellas inolvidables que fueron guía de todas mis lecturas literarias en aquellos tiempos esenciales de la formación. Muchos de sus juicios, de sus apreciaciones críticas los recuerdo hoy tal como se pronunciaron como impecable brote y fecunda semilla.

Pero no era de esta sola manera como se hacía una comunicación con Guillén. Además de aquella relación monologal de la clase teníamos también un punto de reunión mas distendido y familiar en casa de don Timoteo Orbe un anciano ya jubilado, muy amante de la música que nos daba cita dominical en su casa en la antigua calle Segovias. Allí nos reuníamos cinco o seis contertulios ante una formidable (imponente) gramola de lo mas perfeccionado que existía entonces, y nuestro anfitrión nos tenía confeccionando un programa de cánones; Primero una obertura de Tanzauser, dos sinfonías número tal; descanso. Segunda parte concierto para piano y orquesta etc..

Estas audiciones y sus animadas tertulias constituyeron asimismo mis primeros pasos en la audición musical que don Timoteo solía completar sabrosamente con magistral comentarios propios de sus aclaraciones eruditas.

Era don Timoteo de origen vasco y muy amigo en su juventud de don Miguel de Unamuno de quien guardaba una sabrosa correspondencia, cuya lectura nos entretuvo mas de una tarde. Pero tenía que pasar bastante tiempo, hasta que distante aquellos días, yo hiciese un inesperado descubrimiento de una faceta no xx en la revista de Arte joven que publicó Picasso en Madrid durante su corta estancia juvenil encontré en su primer número junto a los nombre de Baroja, Martínez Ruiz- el futuro Azorín- Unamuno- figuraba también don Timoteo Orbe firmando unas poesías (autor de unos poemas).

En los tiempos que estoy recordando, no llegué por razones de edad a establecer contacto con aquella brillante generación sevillana que se integró en el grupo Mediodía, mayores que o que mas tarde vendrán a ser todos mis más entrañables amigos. Entre aquellos Guillén hacía la figura de respetado patriarca, y voy a contar una anécdota no vivida por mi, pero referida puntualmente tal como la vi de uno de los protagonistas.

Celebrándose una animada cena en un popular y económico restaurante enclavado en el Pozo Santo, alguien levantó la noticia sobre una atractiva vedete frívola que ofrecía su sabrosa y completa desnudez en el cercano cabaret  Variedades y la curiosidad despertada en tan oportuno animado momento determinó que todo el grupo comensal con unánime voluntad decidiera se trasladase en la sobremesa al vecino cabaret, arrastrando con su ímpetuosidad al condescendiente Jorge. Así instalado cuando llegó el turno de la bella provocadora el entusiasmo del público fue creciendo con tan incontenible y expresivo furor que toda la sala rugía encrespada como jaula de locos. A Guillén que contemplaba el espectáculo desde el antepecho de un palco se le oyó este comentario ¡Dios mío que vario es el mundo!!

Hace unos años con Guillén instalado en Málaga, aproveché la oportunidad de mi tránsito por la ciudad para visitarle y pase toda una mañana con él en su soleado apartamento recordando estas y muchas otras cosas, de aquellos lejanos días nombrando calles, amigos lugares sevillanos en una conversación que no desfalleció un momento. Al despedirnos con un abrazo que sería el último, aquel anciano lloraba desconsoladamente sobre mi pecho que le recogía estremecido dejándome con sus lágrimas y su palabra emocionados desconsolado sabor

Dedicado al poeta Antonio Aparicio

Condiscípulo en aquellos días