La lectura de un artículo de Don Manuel Barrios aparecido en este periódico, donde se recordaba la figura irrepetible de Rafael el Gallo ilustrada con algunas de sus incontables anécdotas, ha reavivado mi memoria de aquel singular personaje, y a la deriva de ésta plácida mañana veraniega se ha ido sucediendo, vivas y como recientes, las contadas pero imborrables imágenes de mi personal experiencia al tiempo que acudían también al recuerdo algunas de las muchas anécdotas que oí de viva voz a Jose María de Cossío que no sé si alcanzaron escritura alguna vez. Por ello me permito referirlas ahora, porque el anecdotario de este personaje es cosa que debería recopilarse exhaustivamente como precioso y significativo documento humano.
La estampa física de aquel hombre era en sí algo impresionante. Su airosa figura remataba en un rostro de singular belleza, depurándose como en el mejor molde los rasgos inequívocos de su raza. Sus ojos, hondos y melancólicos, daban un mirar ensimismado perdiéndose vagamente como sonámbulos, al tiempo que sus amplios labios dibujaban un leve gesto de amargo y resignado desvalimiento.
Una bellísima fotografía, que lo muestra acodado en una barrera de la Maestranza con un expléndido habano primorosamente sostenido en su mano, se la llevé a Picasso y con los buenos oficios de su sobrino José Ignacio obtuvimos una dedicatoria del propio Rafael para el famoso malagueño.
Este tipo de obsequio conmovía a Picasso más que nada en el mundo, y al recibirlo de mis manos en Vilauris se desataba su vanidad de entendido taurino, explicando al pequeño grupo que le rodeaba: “On láppelait le divin chauve: il etait un genie¿… “No escapó a su mirada el flamante veguero del fumador y días después en la despedida me entregó una caja de puros con su personal vitola para corresponder al gesto del torrero.
A la felicísima memora de José María de Cossío y a su incomparables dotes de narrador debo estas anécdotas que voy a referir. Toreaba aquella tarde alternando con Vicente Pastor, quien tuvo el poco tacto de prolongar inoportunamente su intervención en un quite al toro que correspondía a Rafael, cosa que desesperó a Ignacio Sánchez Mejías también en el ruedo como banderillero de su cuñado, y con toda la impetuosidad de su carácter recriminó con mucha acritud al torero madrileño. Esto dejó preocupado a Rafael, cuyo talante bonancible le hacía opuesto a toda violencia, y al encaminarse para saludar a la presidencia con los trastos de matar en las manos, al pasar cerca de Pastor se le dirige con ánimo conciliador diciéndole: “Vicente, ¿quiere usted darle unos capotazos al toro?.
En otra ocasión en que se comentaban las últimas incidencias de una actuación muy desafortunada del diestro, algún amigo oficioso apostillaba: “Pero es que el toro estaba muy difícil”. La sinceridad de Rafael no admitió tan piadosas evasiones y con resignada franqueza acabó por confesar: “El que estaba difícil era yo…”.
Los tiempos de nuestra guerra civil los pasó Rafael en Madrid, vadeándolos como podía. Pero su mayor tormento se lo procuraba la escasez de tabaco La suerte de José María Cossío, también fumador de puros, hizo que llegase a sus manos el tesoro de dos cajas de Farias que de inmediato le hicieron pensar en Rafael y se dio prisa para hacerle entrega generosa de una de ellas.
Rafael, agradecido y ansioso, no esperó para abrirla y a todos los reunidos que eran bastantes les fue obsequiando con un puro, mermando así considerablemente la caja.
Detrás de él José María, enfurecido, fue recogiendo los obsequios a cada uno de los reunidos y guardándolos de nuevo en la caja le ordenó: “Rafael, me ha costado la misma vida conseguirlos para que te los fumes tú”.